Los años 80, fueron los más maravillosos de mi vida. Conseguí
mis primeros amigos, aprendí a querer a mi tierra, recibí las mejores
enseñanzas y viví los años más felices.
El verano suele pasar entre la helada, el polvo y el fuerte
viento. Aún no sé desde cuando, ni porque de muchas tantas costumbres,
diversiones y tradiciones. El mes de
agosto, donde el verano se va despidiendo con fuertes ventarrones que daban cabida
a aprovecharlos.Cursaba la primaria allá en mi querido “balneario” de San Francisco de Uco, como parte de las actividades de la escuela debíamos cumplir con el tradicional concurso de vuelo de cometas, en ello calificarían, la construcción y el vuelo, dado que el requisito principal era hacerlos de manera artesanal, nunca en mi vida había hecho uno, entonces tuve que buscar ayuda, gracias a Dios el tío Abel estaba de paso por el pueblo y recurrí a él, - Tío por si acaso no sabes hacer cometas – le dije, mientras se reía jocosamente y respondía – ¡Que¡ ¿nunca has hecho una? Replicó mi tío, le comenté en seguida que debíamos construir uno para el concurso de fin de mes, entonces pidió los materiales – listo entonces, tráeme papel de cometa, goma y palitos – indicó apurado. Debo ser franco en aquel tiempo no contamos con mucha economía, menos en el pueblo había alguna tienda o librería donde poder comprarlos. Se dio cuenta de las circunstancias y cambió los pedidos por otros. – Ya, que hay por acá entonces – dijo mientras miraba alrededor, él no tenía más de diecisiete años, pero ya sabía como hacer un cometa.
Mando buscar periódicos viejos, hicimos engrudo (harina con agua) serviría como goma y chaclas (restos de los cohetes que habíamos recogido de algunas festividades), que sería ideal por su poco peso. Iniciamos la construcción del cometa, cuerdas por acá, cuadres por allá, bastante engrudo para pegar los periódicos viejos y forrar el esqueleto del cometa y ya estaba, tenía una forma hexagonal, con el mayor cuerpo en la parte inferior.
El cometa estaba casi listo, pero faltaba lo más importante, la cuerda. Debíamos conseguir una cuerda fuerte, resistente y lo suficientemente larga como para que el cometa surque las nubes, así es que nos pusimos a buscar, sacamos las madejas de mamá, pero el tío Abel dijo que serían muy débiles y se rompería con los fuertes vientos y perderíamos el cometa. Hasta que vio un llanta partida por mitad que servía como bebedero de los animales – ahí esta la solución – dijo con voz segura, no entendía a que se refería, pero igual me alegre, me envió por un cuchillo, apresure el paso y ya estaba de vuelta, tomó el cuchillo rasgó un poco y saco un cuerda de casi treinta centímetros, - es muy pequeña tío – le dije, - uniendo estas pequeñas cuerdas harás una tan grande como alto quieres que llegue tu cometa – me dijo. Saque tanto como pude y lo enrolle haciendo cientos de nudos. La cuerda era fuerte por que tenia lona y caucho que la hacia muy resistente, cada nudo que hacia emprendía toda mi fuerza para que quedará como una sola.
Mientras en un lado el tío Abel, calcula el centro entre la
cuerda y el cometa para balancear y equilibrar cuando volase, yo sacaba tanta cuerda de la llanta como podía. Estaba casi listo
el cometa, me sentía ansioso por verlo volar, ya estábamos a punto de salir
cuando de pronto, - acá falta algo importante que nos habíamos olvidado –
acentuó mi tío, que sería me preguntaba, - nos falta la cola – replico antes
que pudiera decir algo, era verdad, nos faltaba la cola que serviría como
contrapeso y balance del cometa, así es
que nos pusimos a buscar todas las bolsas viejas que pudimos encontrar, igual
las atamos una tras otra y lo colocamos en la parte inferior, y ya estaba por fin terminado.
Salimos presurosos a probarlo, sería el primer vuelo de mi
cometa, fuimos a la parte baja del pueblo, pasamos la vía férrea donde no había
cables de alta tensión que nos dificultara el vuelo, tome el cometa por la
mitad, la sostuve en el aire mientras el tío Abel corría y soltaba de apoco la
cuerda, y el cometa se comenzó a elevar y elevar. Lo vi atónito y extasiado con
una sensación única de verlo cual una mascota aprendiendo a caminar, el tío
Abel bajó el cometa, le hizo algunos ajustes y – listo ya esta, solo tráelo de
regreso entero – sugirió. El tio Abel continuó con su viaje, yo debía ir al concurso.
Eran las tres de la
tarde, todos concurríamos a la hondonada detrás del pueblo junto al lago
Chinchaycocha, mis compañeros llegaban con sus cometas de distintos tamaños ,
colores y modelos, unos parecían aves, otras, mariposas y otros hasta parecían robots,
yo abrazaba al mio como cuidándolo que nada le pasara. El profesor Jorge estaba
pasando lista y de paso con su nomina en la mano, revisaba y calificaba el
modelo y tipo de construcción de los cometas, la mayoría de mis compañeros estaban
con sus padres, hermanos o familiares, yo había concurrido solo, mamá trabajaba
y papá… papá estaba en el cielo. Llegó el profesor a mi ubicación, vio mi cometa, sonrió y – ¿tú
crees que eso va a volar? Hmm… pero bueno te pondré un once por tu puntualidad –
dijo.
No me importaba la nota, ni el modelo, ni el color. Había sentido
una emoción tan grande en el momento de la prueba y solo esperaba ponerlo en el aire una vez más. El profesor
contó: en sus marcas, listos… ¡ha volarrrr! En ese momento suspiré, tomé el cometa con un brazo, desenrollé la cola, ajuste la cuerda que unía al cometa y
corrí, corrí y corrí hasta que el cometa alzó vuelo, y jale con todas mis
fuerzas para prensar la cuerda y el cometa comenzó a ascender. El viento era
fuerte, la cuerda temblaba y se tensaba, hacia mucho esfuerzo por mantenerlo erguido,
el viento me lo quería arranchar, no me iba a dejara ganar, ahora no decía entre
mi si, mientras iba soltando la cuerda de a pocos hasta que el cometa estaba
tan alto que ya casi no lo podía ver. Muy de rato en rato el cometa cabeceaba,
la cola serpenteaba, solo tenía ojos para el, no me importaba lo que pasaba
alrededor estaba concentrado en el vuelo de mi cometa, casi no lo podía
sostener, así es que tuve que buscar
ayuda, vi una roca enorme y lo até allí para poder maniobrar la fuerza del
viento. El panorama era muy bello, el pajonal silbaba con al fuerza del viento,
la olas chasqueaban a lo lejos, el totoral se estrechaba al vaivén de la olas y
el sol salpica fulgurante ante nuestros ojos.
El profesor se paseaba de lado en lado, verificando y
calificando el vuelo más alto, me di cuenta cuando llegó a mi lado y se sentó
junto a mi, me miró, miró mi cometa y tímidamente balbuceó – Que tonto soy – me
hice al no escucharlo y replique - ¿Qué dijo profesor? - no nada, solo que…
solo que tu cometa esta volando muy alto, casi no logro verlo – señaló,
creo que es el que va ganado, no pensé que volaría tanto alto cuando lo vi en
la calificación inicial, me dijo.
Sin proponérmelo, obtuve una nota de 18, fue un puntaje que
me llevo a ganar el concurso aquel, el profesor anunció que era el ganador y se
quedo a mi lado aún incrédulo, mientras varios de mis compañeros se pusieron alrededor
mio y ver volar mi cometa. Me premiaron con un manual de “Aprender a sembrar”,
que aún lo tengo guardado. No me había dado cuenta del tiempo, el sol casi estaba
por desaparecer, solicite ayuda a mi maestro para poder enrollar la cuerda que
sostenía el cometa y poder enrollarlo, lo baje con mucho cuidado, debía llevarlo
a casa sano y completo, era el compromiso que asumí con el tío Abel. Y así fue,
llegue a casa muy feliz, como si habría dejado volar mi imaginación, envolví el
cometa con periódicos viejos y lo guarde.
Pasado el tiempo, casi diez años, volvimos alguna vez a casa
y entre los fierros, cajas y cosas viejas encontré aquel cometa que alguna vez
me dio un día feliz, estaba allí en un rincón tirado lleno de agujeros, los
ratones habían pasado por allí, se habían comido parte de el, seguramente por
la harina que contenía el engrudo, sonreí como queriendo llorar, lo tome, lo
limpie, lo abracé y suspiré recordando aquel ayer donde fuimos felices.