viernes, 16 de mayo de 2014

La Herranza de mi Tierra

Sonaba la tinya, soplaban el cacho, el huayhuayhuay se oía con bastante jolgorio y los ganados corrían con aretes nuevos, gualgapoi, serpentina y picapica. Los corrales estaban llenos de vacas y toros, los invitados corrían tras de ellos para lazarlos y encintarlos, era su cumpleaños. La estancia se encontraba a media falda del cerro y a lo lejos se oía el correr de las aguas que abrían brechas y se  convertían en riachuelos. La estancia era Antarcaco, la abuela Ciriaca aún vivía y todos los hijos y familiares se reunían cada febrero para festejar el día de los ganados.

Corrían los años ochenta, era un niño, aquel pequeño habido de conocer y aprender nuevas experiencias, había regresado a la estancia como todas las vacaciones después de acabar la temporada de estudios, la vida en el campo se tornaba de verde y los ríos bajaban de las colinas con aguas cristalinas, era la época de lluvia y también de los carnavales, era también la época de regresar a la estancia de la abuela y juntarse con todos los tíos, primos, familiares y amigos que también solían asistir a la herranza. Los preparativos empezaban muchos días antes de que la reunión se consumara, en la estancia que vivíamos a muchos kilómetros de la abuela, teníamos vacunos de leche puesto que vivíamos en pastos húmedos llamados ocunales(humedales).
Una semana antes de la fecha marcada en el calendario para la herranza los preparativos empezaban, mamá alistaba las ropas, los abrigos, hacía la lista de las compras y realizaban las invitaciones a los familiares quienes también preguntaban cuando se llevaría a cabo. Normalmente la festividad cae un día domingo y el viernes previo debíamos salir a la población a realizar las compras correspondientes. Mamá y papá iban a la ciudad, en el parque a modo de feria los vendedores expendían todos los artículos para la herranza, desde cintas de todos los colores, cintas peruanas, serpentinas, picapica, coca, caña, cohetes caramelos, galletas frutas y especias. La lista era enorme y todo debía estar listo para partir hacia la estancia de la abuela. Mientras tanto nosotros los pequeños estábamos al cuidado de los animales hasta el retorno de mamá y papá.
El sábado por la mañana empezábamos a alistar toda la cosas para ir a manera de caravana hacia Antarcaco, la estancia de la abuela que quedaba a cuatro cerros de distancia, debíamos salir al medio día y arrear a los vacunos durante toda la tarde para llegar a nuestro destino, algunas vacas, las más experimentadas al darse cuenta de la dirección tomada, llevaban la delantera haciendo que las demás las siguieran facilitándonos el arreaje, el camino nos ofrecía los paisajes más hermosos, se avizoraba el lago Chinchaycocha imponente a cada paso, cruzábamos ríos muchos de ellos sin puentes y debíamos aventurarnos a cruzarlos descalzos y hasta cayéndonos. Casi al ocaso del día avizorábamos la choza de mama Siriaca que humeaba y nos divisaban  mientras los primos corrían a darnos el alcance, habíamos sorteado los cerros e inundaciones para llegar y ya casi estábamos cerca, la alegría era desbordante entre primos saltábamos de alegría con abrazos y caídas en la verde pradera que nos regala la naturaleza en cada invierno. La llegada era un suspiro de felicidad y por fin estábamos en casa, las tías nos esperaban con caldito verde y cafecito muy caliente, papá se saluda en quechua con la abuela y aunque no entendíamos sabíamos que se decían algo entrañable. Bajamos las cosas para alistar la mesa e iniciar el velado de las cintas y amanecer al son de canticos, tinyas y cohetes mientras los ganados igual se congraciaban con sus semejantes en los amplios corrales.
Habiendo dado un merecido descanso,todos los tíos presentes encabezada por la abuela Ciriacase disponen a preparar la mesa para preparar los aretes y escarapelas con las cintas multicolores. El sonido del primer cohete dan las diez dela noche y es hora de ponerse los ponchos, mantas, chullos y demás abrigos confeccionados con la preciosa lana de ovino para iniciar el chacchapeo, reunidos todos en la mesa muy cerca de la bicharra que también ardía toda la noche hirviendo la patasca para reponer el cuerpo al día siguiente, la abuela daba la bienvenida y todos se encomiendan al todo poderoso y la pachamama. Sobre la mesa en un mantel blanco esta la coca en abundancia, el puro con su ishco, cigarro, caña y serpentinas, luego de las palabras vertidas por todo los presentes la abuela coloca al hermano mayor las serpentinas sobre el cuello y el talco sobre la cara, lo mismo se realizan entre tíos y tías, y todos los presentes.
Se preparaban los calientitos de aguardiente y se comenzaban a conversar sobre los animales, se contaban las anécdotas mientras el viejo toca cassette, tonaba las músicas alusivas a la fecha. Llegada casi la media noche la abuela sacaba la tinya y se lo entregaba a la más anciana, ya sea a un familiar o algún invitado presente para que pueda tocar hasta el amanecer. Cansados de tanto jugar era hora de dormir, nosotros los niños debíamos descansar porque teníamos trabajo al día siguiente.
Al amanecer degustábamos de una rica patasca, las tías ordeñaban las vacas y nosotros los pequeños de la casa debíamos pastarlos cerca de la casa, para que llegado el momento retornaríamos para colocarles las cintas respectivas. Cerca de media mañana los tíos se disponen a beneficiar algunas ovejas para preparar la pachamanca. Regresamos cerca de medio día con todos los vacunos, los ubicábamos en el corral más amplio luego corríamos hacia donde los visitantes y familiares están reunidos, todos rodean las pachamanca humeante con un sabroso olor, nos ubicamos cerca de ellos mientras sirven observo que mamá Ciriaca es la que corta la carne en un tronco y troza las presas con un hacha, las tías alcanzan los platos que contienen un par de presas, humita, camote, oca y las papas están alrededor en mantadas para coger a gusto de todos, el japchi preparado circula en platitos pequeños donde disfrutamos de aquel potaje ancestral tan riquísimo.
Acabado el almuerzo se tienden las mantas con las cintas y escarapelas preparadas para cada animal que cada quien ha diseñado con sus colores preferidos, los gualgapos están listos, las serpentinas y los globos también, unavez más comienza el chacchapeo mientras  los lazos son repartidos especialmente a los hombres para lazar a las vacas, se prenden los cohetes y se da inicio a la herranza, mientras suena la tinya y el cantar en quechua de las abuelitas mientras el cacho resuena por todo la meseta. Lazan la primera vaca, lo toman de la quijada  y de los cachos entre tres o cuatro hombres, el hermano mayor como patrón coloca las cintas en las orejas de cada vaca, una hermana o invitada coloca el gualgapo entre los cachos y también las serpentinas, sacan el lazo para dejarla ir mientras el huayhuayhuayyyyyyy se oye en son de alegría y de haberla dejado hermosa con los aretes nuevos, los mismo se repite con todas los ganados en tanto se confunden todos entre juegos con harina y serpentinas, algunos cogen ortigas de cerca de los corrales y también juegan con el.

Los cohetes siguen retumbando y viajando con el eco a través de los cerros, otros tantos sirven el cocktell de maca, aguardiente y cerveza que los visitantes suelen traer para celebrar este día, la tarde se ensombrece con la llegada del ocaso y todas las vaquitas están bellas con sus nuevos aretes, la manta con la viva ya está lista, esta contiene dulces, galletas y flores. Mamá Ciriaca le alcanza la manta a cuatro personas que ella elige, se acaba la jornada y los cohetes comienzan a sonar, es hora de terminar la actividad se abren las portadas y se comienzan a liberar a los vacunos mientras los elegidos de Mamá Ciriaca arrean y corren tras de ellos tirando las vivas y cantando al son de la tinya y el cacho mientras todos recogemos los dulces que caen por doquier, los pequeños somos los más felices porque luego de ello presumimos te tener nuestras bolsitas muy rellenas de dulces. Los ganados son libres por hoy mientras todos bailan, juegan y beben hasta los últimos rayos del sol.
Como se extrañan las costumbres y tradiciones de mi tierra, cada que puedo suelo viajar donde mi madre que tiene aún algunos vacunos y también preserva la costumbre de la herranza, con muchos cambios pero con el mismo sabor de la rica pachamanca y el mismo sentimiento de nostalgia cuando mucho familiares solían asistir… hasta huatancamaaaaaaa.