Corrían los años ochenta, era un niño,
aquel pequeño habido de conocer y aprender nuevas experiencias, había regresado
a la estancia como todas las vacaciones después de acabar la temporada de
estudios, la vida en el campo se tornaba de verde y los ríos bajaban de las
colinas con aguas cristalinas, era la época de lluvia y también de los
carnavales, era también la época de regresar a la estancia de la abuela y
juntarse con todos los tíos, primos, familiares y amigos que también solían
asistir a la herranza. Los preparativos empezaban muchos días antes de que la
reunión se consumara, en la estancia que vivíamos a muchos kilómetros de la
abuela, teníamos vacunos de leche puesto que vivíamos en pastos húmedos
llamados ocunales(humedales).
Una semana antes de la fecha marcada en el
calendario para la herranza los preparativos empezaban, mamá alistaba las
ropas, los abrigos, hacía la lista de las compras y realizaban las invitaciones
a los familiares quienes también preguntaban cuando se llevaría a cabo.
Normalmente la festividad cae un día domingo y el viernes previo debíamos salir
a la población a realizar las compras correspondientes. Mamá y papá iban a la
ciudad, en el parque a modo de feria los vendedores expendían todos los
artículos para la herranza, desde cintas de todos los colores, cintas peruanas,
serpentinas, picapica, coca, caña, cohetes caramelos, galletas frutas y
especias. La lista era enorme y todo debía estar listo para partir hacia la
estancia de la abuela. Mientras tanto nosotros los pequeños estábamos al
cuidado de los animales hasta el retorno de mamá y papá.
El sábado por la mañana empezábamos a
alistar toda la cosas para ir a manera de caravana hacia Antarcaco, la estancia
de la abuela que quedaba a cuatro cerros de distancia, debíamos salir al medio
día y arrear a los vacunos durante toda la tarde para llegar a nuestro destino,
algunas vacas, las más experimentadas al darse cuenta de la dirección tomada,
llevaban la delantera haciendo que las demás las siguieran facilitándonos el
arreaje, el camino nos ofrecía los paisajes más hermosos, se avizoraba el lago
Chinchaycocha imponente a cada paso, cruzábamos ríos muchos de ellos sin
puentes y debíamos aventurarnos a cruzarlos descalzos y hasta cayéndonos. Casi
al ocaso del día avizorábamos la choza de mama Siriaca que humeaba y nos
divisaban mientras los primos corrían a
darnos el alcance, habíamos sorteado los cerros e inundaciones para llegar y ya
casi estábamos cerca, la alegría era desbordante entre primos saltábamos de
alegría con abrazos y caídas en la verde pradera que nos regala la naturaleza
en cada invierno. La llegada era un suspiro de felicidad y por fin estábamos en
casa, las tías nos esperaban con caldito verde y cafecito muy caliente, papá se
saluda en quechua con la abuela y aunque no entendíamos sabíamos que se decían
algo entrañable. Bajamos las cosas para alistar la mesa e iniciar el velado de
las cintas y amanecer al son de canticos, tinyas y cohetes mientras los ganados
igual se congraciaban con sus semejantes en los amplios corrales.
Habiendo dado un merecido descanso,todos
los tíos presentes encabezada por la abuela Ciriacase disponen a preparar la
mesa para preparar los aretes y escarapelas con las cintas multicolores. El
sonido del primer cohete dan las diez dela noche y es hora de ponerse los
ponchos, mantas, chullos y demás abrigos confeccionados con la preciosa lana de
ovino para iniciar el chacchapeo, reunidos todos en la mesa muy cerca de la bicharra
que también ardía toda la noche hirviendo la patasca para reponer el cuerpo al
día siguiente, la abuela daba la bienvenida y todos se encomiendan al todo
poderoso y la pachamama. Sobre la mesa en un mantel blanco esta la coca en
abundancia, el puro con su ishco, cigarro, caña y serpentinas, luego de las
palabras vertidas por todo los presentes la abuela coloca al hermano mayor las
serpentinas sobre el cuello y el talco sobre la cara, lo mismo se realizan
entre tíos y tías, y todos los presentes.
Se preparaban los calientitos de
aguardiente y se comenzaban a conversar sobre los animales, se contaban las
anécdotas mientras el viejo toca cassette, tonaba las músicas alusivas a la
fecha. Llegada casi la media noche la abuela sacaba la tinya y se lo entregaba
a la más anciana, ya sea a un familiar o algún invitado presente para que pueda
tocar hasta el amanecer. Cansados de tanto jugar era hora de dormir, nosotros
los niños debíamos descansar porque teníamos trabajo al día siguiente.
Al amanecer degustábamos de una rica
patasca, las tías ordeñaban las vacas y nosotros los pequeños de la casa
debíamos pastarlos cerca de la casa, para que llegado el momento retornaríamos
para colocarles las cintas respectivas. Cerca de media mañana los tíos se
disponen a beneficiar algunas ovejas para preparar la pachamanca. Regresamos
cerca de medio día con todos los vacunos, los ubicábamos en el corral más
amplio luego corríamos hacia donde los visitantes y familiares están reunidos,
todos rodean las pachamanca humeante con un sabroso olor, nos ubicamos cerca de
ellos mientras sirven observo que mamá Ciriaca es la que corta la carne en un
tronco y troza las presas con un hacha, las tías alcanzan los platos que
contienen un par de presas, humita, camote, oca y las papas están alrededor en
mantadas para coger a gusto de todos, el japchi preparado circula en platitos
pequeños donde disfrutamos de aquel potaje ancestral tan riquísimo.
Acabado el almuerzo se tienden las mantas
con las cintas y escarapelas preparadas para cada animal que cada quien ha
diseñado con sus colores preferidos, los gualgapos están listos, las
serpentinas y los globos también, unavez más comienza el chacchapeo
mientras los lazos son repartidos
especialmente a los hombres para lazar a las vacas, se prenden los cohetes y se
da inicio a la herranza, mientras suena la tinya y el cantar en quechua de las
abuelitas mientras el cacho resuena por todo la meseta. Lazan la primera vaca,
lo toman de la quijada y de los cachos
entre tres o cuatro hombres, el hermano mayor como patrón coloca las cintas en
las orejas de cada vaca, una hermana o invitada coloca el gualgapo entre los
cachos y también las serpentinas, sacan el lazo para dejarla ir mientras el
huayhuayhuayyyyyyy se oye en son de alegría y de haberla dejado hermosa con los
aretes nuevos, los mismo se repite con todas los ganados en tanto se confunden
todos entre juegos con harina y serpentinas, algunos cogen ortigas de cerca de
los corrales y también juegan con el.
Los cohetes siguen retumbando y viajando
con el eco a través de los cerros, otros tantos sirven el cocktell de maca,
aguardiente y cerveza que los visitantes suelen traer para celebrar este día,
la tarde se ensombrece con la llegada del ocaso y todas las vaquitas están
bellas con sus nuevos aretes, la manta con la viva ya está lista, esta contiene
dulces, galletas y flores. Mamá Ciriaca le alcanza la manta a cuatro personas
que ella elige, se acaba la jornada y los cohetes comienzan a sonar, es hora de
terminar la actividad se abren las portadas y se comienzan a liberar a los
vacunos mientras los elegidos de Mamá Ciriaca arrean y corren tras de ellos
tirando las vivas y cantando al son de la tinya y el cacho mientras todos
recogemos los dulces que caen por doquier, los pequeños somos los más felices
porque luego de ello presumimos te tener nuestras bolsitas muy rellenas de
dulces. Los ganados son libres por hoy mientras todos bailan, juegan y beben
hasta los últimos rayos del sol.
Como se extrañan las costumbres y tradiciones de
mi tierra, cada que puedo suelo viajar donde mi madre que tiene aún algunos
vacunos y también preserva la costumbre de la herranza, con muchos cambios pero
con el mismo sabor de la rica pachamanca y el mismo
sentimiento de nostalgia cuando mucho familiares solían asistir… hasta
huatancamaaaaaaa.